19 diciembre 2014

la bella de al lado



Entre las cosas que traerá el año nuevo estará, con suerte, un teatro parecido al que durante 11 años ha sido el teatro Guindalera. Es decir, parecido a lo que Juan Pastor y Teresa Valentín-Gamazo han hecho durante ese tiempo para encajar la noción de creadores en la de empresarios. No hay un molde teatral en Madrid en el que la distancia entre ambas nociones sea tan estrecha, y sin embargo ese fórceps ha dilatado la cualidad de su visión exquisita de Pinter, Friel, Wilder o Chéjov sin que el ahogo de las paredes financieras trajeran otra apuesta teatral, que hubiera sido lo esperable. La última de las obras de este ciclo vital –la bella de Armherst- explica lo arduo de esa forma de felicidad que sucede a solas tantas veces: la que no busca existir para caber en moldes ajenos, la que no se pregunta a sí misma porque otros sí, porque lo que uno es no podría adaptarse a lo que otros son. Emily Dickinson murió sin haber logrado publicar uno solo de sus poemas, y sin embargo ambos –ella y su poesía- se reencarnan estos días delante de quienes, dudosamente habiéndola leído, son conmovidos por ambas. Es la misma esperanza que merece ganar el proyecto que continúe entre sus paredes. En esta vida y en la que venga. 

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