De cuantas formas artísticas podrían aglutinar su programación anual bajo
un epígrafe, solo lo hace la que menos cabría esperar lo haga. La Orquesta
nacional de España lleva años agrupando su ciclo anual de conciertos bajo títulos
tan sugerentes como forzosamente ambiguos –héroes, viajes, revoluciones este
año- y lo que la fórmula pueda dar de sí, que es la capacidad de cada una de
sus muestras de ser simultáneamente el epígrafe y su versión específica, única,
de él, acaso daría en teatro su mejor medida, dada la naturaleza de su expresividad,
tan milenaria como tan obviamente actualizable. Dentro de dos días, el Globe
theater de Londrés verá representar entre sus muros El castigo sin venganza, de
Lope, la historia de un hijo enamorado de la reciente esposa de su padre, que
apenas entroncada con obra alguna de Shakespeare, exceptuando el episodio de
ira hamletiana en que éste, al acusar la lujuria infernal de su madre, bien
podría estar simulando con su acometida en la cama materna lo mismo que le reprocha,
sí puede ligarse con el incesto obvio que Sófocles puso en Edipo Rey, con la
versión de Steven Berkoff del mismo texto, con Lástima que sea una puta, del
contemporáneo de Shakespeare John Ford, o sin que la literatura de origen lo sea
en formato dramático, el diario de Anais Nin, el Elogio de la madrastra, de Vargas
Llosa, el episodio bíblico de Lot y sus hijas, el Viaje a Roma, de Alberto Moravia,
textos de Nabokov, Durás, Yourcenar, Faulkner, Eca de Queiroz o Musil. Héroes,
viajes, revoluciones. También los epígrafes que agrupan una sinfonía escrita en
1800 y una pieza de cámara compuesta hace 10 días sirven para asomarse a las músicas
que vienen de un teatro.
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