23 septiembre 2010

una ola tras otra


También los augurios sobre el libro forman un libro, ilustrado acaso por los encuentros de cada uno con librerías pequeñas y grandes, de libros nuevos o usados. Se lee hoy en El País (La era digital salva la pequeña librería) sobre cómo la crisis financiera de los grandes supermercados literarios en Estados Unidos pudiera ayudar a resucitar las librerías pequeñas, y uno se recuerda hace ¿quince? años paseando gozosamente por lo que se antojaban calles de una de esas librerías inconcebiblemente gigantescas que la cadena Barnes&Noble tiene, aunque cada vez menos, repartidas por todo el país. Como prueba de que el prodigio del tamaño tiene poco que ver con el número de sus trozos que querrías, de ese viaje volvió conmigo la bolsa ilustrada con el retrato de Virgina Woolf, que vive sus días guardada tras un cristal, sin nadie que la toque. Pero también, muy cerca de esa pared, guardo los libros infantiles que iniciaron, no sé si justo en esa tienda de la calle Broadway que ahora cierra, la colección que durante unos años perseguí. No por masiva almacena una tienda literatura adiposa, inerte, como no por diminuta, se guardan en ellas necesariamente los libros que dicen sus secretos a unos pocos, casi en voz baja. Entre las librerías de barrio y los libros electrónicos -y su anaquel, amazon-, escribe David Alandete la gran superficie quedó en medio, perdida. Pero el páramo en que sus ruinas se preparan es uno de deuda financiera, no de libros mediocres, que pueblan sin decaer los dos extremos vivos –el escaparate real y el electrónico. Su fracaso no es el del libro específico que el lector prefiere comprar en un lugar menos poblado, sino el de la literatura específica, es decir, la que, en un vagón de metro, habría de permitir, de cada diez personas que leen, al menos cinco tipos de literatura –ensayo, poesía, gran literatura antigua, solvente literatura contemporánea, teatro acaso- y que, en nuestro país, es generalmente el mismo libro de autoayuda camuflada, novela histórica intercambiable o memoria torva e inflamada de político o periodista. Declinan los hipermercados literarios, pero lo que queda es uno de los hijos naturales de esa idea –la marca blanca, la etiqueta indiferenciada que sustituye el origen y extracción concreta del producto por una que al comprar comida rebaja el precio, y al comprar libros, lo que contiene.

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