27 septiembre 2010
espejos a medida
Como si tal cosa le importara, se lee a un candidato decir que en las elecciones primarias en que anda metido “se juega el modelo de partido”. Un segundo, que vive de pactar con los “poderes del estado”, declara que no se fía de ellos. Un comunicado de una banda de asesinos dice –da asco transcribirlo- “que las condiciones para un alto el fuego exige tomar las medidas necesarias para que todos los agentes puedan actuar en igualdad de condiciones, que se establezcan los derechos civiles y políticos, que se desactiven los castigos añadidos impuestos a los presos políticos vascos y que se desactive toda situación de presión, injerencia y violencia”. Hechos a ver un cetro en el micrófono, el discurso de lo político es, en los periódicos, mezcla diaria e impune de solemnidad e irrelevancia, tal si a fuer de repetir consignas elaboradas en un consejo de administración, escucharlas o leerlas hiciera del lector, accionista. O ese empeño paralelo que es, investida de gravedad la sandez o la mentira, sellar sus flancos hasta que parezca una verdad inmune. A salvo en la dejadez con que ignoramos las hemerotecas, no lo están del diccionario: como si el objetivo fuera no dejar escapar a quienes las respiran, las tres acepciones de la palabra “fatuo” les contienen con la misma falta de piedad que ellos con quienes les atienden: 1. Falto de razón o de entendimiento. 2. Lleno de presunción o vanidad infundada y ridícula. Y aplicado a “fuego”, 3. Inflamación de ciertas materias que se elevan de las sustancias animales o vegetales en putrefacción, y forman pequeñas llamas que se ven andar por el aire a poca distancia de la tierra.
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