10 agosto 2009

Vesti la giubba

Quien merece que le hagan un traje –aunque insista en que otros paguen por él el merecerlo- acaba logrando que se lo lleven a casa. Y así, días antes de que el presidente valenciano camps sea exculpado de aceptar pagos en especie de una red de soborno probada, el Tribunal Superior de Justicia valenciano anula la objeción de conciencia, la posibilidad de trabajo alternativo y la obligatoriedad de impartir en inglés la asignatura de educación para la ciudadanía. Se lee que el consejero de educación de esa comunidad dice que la asignatura “induce a los niños a votar socialista”. Cualquiera tiene el derecho de presentarse al mundo como un idiota o un descerebrado, cuyos actos esperen la solidaridad de otros tantos que, acaso sin ser necesariamente idiotas o descerebrados, fían a la honorabilidad de un cargo público lo que pararse a pensar un rato les daría en entendimiento lo que ahorran en fe. Obstaculizar la ley antitabaco como se practica en Madrid o forzar a un tribunal a llamarte tonto en público es un precio políticamente pagable pues quién va a atender el historial delictivo de un gobierno si hay partido esa tarde o, como se sabe, ellos hubieran hecho lo mismo con una ley nuestra. Hay siempre una razón más clara para avergonzarse, no de quien gobierna –que para eso, para hacer su santa voluntad, aspira al puesto- sino de quien lo elige, de quien por cloacas entiende catacumbas en que fundar la resistencia. Hay un aria en la ópera Pagliacci, de Ruggero Leoncavallo –vesti la giubba (ponte el traje)- que canta el payaso ofendido en su honor, mancillado por la esposa a la que maltratara, y a la que se encamina a asesinar.

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