20 enero 2009

hoy, ahora, nunca más

A veces, en las imágenes, la metáfora no basta para contener la realidad cruda en sus muecas, y así, ver subir al ya expresidente bush jr a un helicóptero y marcharse del gobierno de su país, minutos después de que un nuevo presidente jure su cargo, es un adiós –simple como él- al que le sobran todas las alas que no sean las del helicóptero, el de un hombre al que acaban de despedir, al que su sucesor acaba de expulsar del puesto, aunque no pueda permitirse señalar en ese momento lo tarde que llega ese gesto, cómo alguien o algo debería haberle expulsado del cargo que inconcebiblemente ha ocupado durante 8 años, cómo este mundo necesita, más que la esperanza como argamasa, la habilidad urgente de reconocer al menos indicado para un puesto, y de reconocerlo a tiempo, antes de que las consecuencias de esa ceguera sean ya una presa que revienta por todas partes. Las cosas hubieran mejor empezado si en la apertura de un nuevo propósito, el nuevo presidente hubiera dicho alto y claro que la crisis primera no empieza en bancos que prestan a quien no puede devolverlo, sino en las respectivas inteligencias que pusieron ahí, al frente del gobierno, al que hoy despiden con amargura y asombro de incompetencia. Esperanza es reconocer qué decisiones pueden matarte, arruinarte, deshauciarte aunque no lo parezca en ese momento, esperanza es o debiera ser, si queremos que funcione, la habilidad individual de pensar mejor, de pensar más allá de la oratoria o el patriotismo que te venden en envases baratos. Esperanza debería poder ser, sin necesidad de verlo por televisión, el distinguir que la forma de pensar de Cheney es, de por sí, una máquina de arrastrar ideas inválidas. Son las ideas las que mejoran o empeoran el mundo, por eso es necesario saberlas ver encarnadas en su forma primera, la abstracta, sin lo que la campechanía de bush o la distancia intelectual de Gore puedan contaminar aquello de que se está hablando, o callando. ¿Cuántos habrían votado a Obama si no hubieran podido verle u oirle? ¿Cuántos le habrían votado si sólo hubieran podido leer lo que éste dice?. Utópica esa, queda la esperanza de que Obama sirva, al menos, para enseñar a una generación a lo que se puede aspirar cuando uno vota, que lo que empieza hoy no sea una presidencia sino un listón, un baremo que siga ahí mucho después de que su inspirador se haya ido.

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