13 octubre 2008

Donde los cuchillos son espejos

Pues el título de su novela premiada –El mundo- vuelve demasiado obvio afirmar que vienen de concederle el Nacional de Narrativa a Millás por ese mundo tan suyo, puede mejor decirse que lo merece por su habilidad para advertir dónde terminan unos y empiezan otros. Uno cree que el famoso lugar desde el que se decide habla el narrador de una novela es, en el caso de Millás, uno eminentemente espacial, por su precisión se diría geográfico, desde el que su escritura cuenta cómo no hay ideas antagónicas que no tengan una frontera común, allí donde las cosas son una y su contrario. Se aprecia mejor en sus artículos en los periódicos porque en ellos no necesita personajes que encarnen esta u aquella paradoja. Se dirá que advertir similitudes no es necesariamente una virtud que produzca automáticamente buena literatura, pero quizá nunca como hoy sea tan útil, tan revelador ese cuchillo que, más que su corte, es el espejo que no deja de reflejar, y así volver a unir, lo que tanta estupidez alrededor dice ver separado o necesitadamente separable. No pocos de los cuentos de Cortázar podrían serlo de Millás, y al contrario también. Y en ese juego de posibles, sucede también que el premio le une al gran Muñoz Molina en haber recibido ese premio tantas veces inepto que es el planeta, y poco después el Nacional de Narrativa. El centauro valenciano sucede así al jinete polaco, aunque sólo sea –sin desmerecer la laudatio- para seguir arrastrando un poco más el muerto destino de una ambición literaria que sólo se mantiene sobre el caballo por inercia.

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