05 mayo 2008

callao

En el interior de los vagones del metro de Madrid furtivamente se miran las gentes, no pocos de esos hilos fugaces tejen frases no dichas, en cuyo interior no hay más o mejor trabado destino o mera probabilidad que en las que sí se dicen. Uno mira y es una muchedumbre permanente de frases que viven y mueren, resucitándose recíprocamente. En esa desproporción entre fugacidad y los días como espermatozoides que derrocha sin tenerlos contiene, en ese instante de vida, toda la generosidad de la esperanza y no poca de la costumbre de la pérdida.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Ciertamente, el metro está lleno de palabras, miradas y sonrisas veladas. Intenciones fugaces.

Anónimo dijo...

puedes viajar con una persona un día, y sin hablar una palabra, acabar, años después, haciendo calamares. rara cocina el vagón.

Anónimo dijo...

quizás esa persona a la que no quieres mirar tenga la clave de tus deseos o de tus miedos...

Anónimo dijo...

¿quién dice que no quiero mirarla?

Anónimo dijo...

a veces alguien es el mejor espejo de uno mismo y también del universo.
a través de sus ojos.

Anónimo dijo...

yo, la que no mirabas

Anónimo dijo...

es que, así vestida de w, no te reconocí, tonta.

Anónimo dijo...

de verdad que todo esto pasa en callao?
voy a coger ahora mismo el metro.
a propósito, cómo íba vestida ella?