Dirigida y coescrita por Romeo
Castellucci, su Go Down, Moses que se ha podido ver en los Teatros del Canal
este fin de semana asciende hacia el espectador con poquísimas frases a las que
agarrarse, y que, contando el abandono de un recién nacido bajo auspicios de
redención, pasa del símil con el antiguo testamento a una escena anclada en el
principio de la vida humana en el planeta, encerrada en cuevas en las que dar a
la luz, enterrar o comerse al mismo niño. Sumida en sonido, mostrada como una parábola
que más pregunta cuanto más se abre, mejor parece una misa que una representación
teatral. Muchos salían descontentos, sin saber a lo que habían asistido. Quizá demasiada
fe en la ortodoxia teatral no ayuda a reconocer la religión cuando sus ritos parecen
inventarse los evangelios en vez de recitarlos.
16 octubre 2016
09 octubre 2016
vacuna retroactiva
Una posibilidad que explique el reciente voto contrario al proceso de paz
con las farc es que, sabiéndoles sentados a la mesa en que negociar su renuncia
a las armas, pensar en renunciar al castigo del perro rabioso lograda la
domesticación se antoja difícil. En el chantaje que todo terrorismo aplica al
estado con el que negocia, la igualdad de derechos es el primer eslabón que se
busca garantizar. Los estados ceden porque lo que es obvio para un ser humano
normal, viniendo de un chacal es un prodigio y no hay que desperdiciar la
ocasión de lograr que entregue los dientes. Pero una vez en la jaula, es decir,
sentado a la mesa de negociaciones, tratarle como lo que es podría ser el
primer instinto de cualquiera. Al fin y al cabo, el perdón no exime del castigo,
no es incompatible con la justicia.
Pocos de quienes vienen de votar no a su integración social sin penas de
cárcel han de pensar que quienes, logrado el supremo esfuerzo de no parecer
alimañas durante el tiempo que han durado las negociaciones, podrían volver a
la selva si el pacto fracasa. Es como pensar que quien prueba una ducha y una
cama caliente preferirá después dormir a la intemperie.
Si desde aquí tampoco termina de sonar extraño es porque, sin un referéndum
en que preguntar si los asesinos merecen dejar de serlo por decreto, no pocos
de quienes, desde el pnv sin ir más lejos o más cerca de la bala, jalearan a
los asesinos de eta gozan hoy de derechos plenos para seguir disculpando sus
crímenes en pro de la estabilidad del negocio que, casualidad, regentan ellos
en base a vestir camisas mejor planchadas.
La diferencia es, por supuesto, que quienes mataban en eta lo hacían
amparados en la mayoría nacionalista de la democracia vasca, y quienes en las
farc, en selvas literalmente más frondosas. Hay que estar en la piel de quienes
viven amenazados de muerte, aquí y allá, para calibrar la necesidad del
chantaje infecto que supone ver pasear a cara descubierta a asesinos cuyos
únicos méritos democráticos son rendirse a condición de que el estado acepte
perder de forma menos sangrienta.
Pero ha de quedar claro que la única razón por la que criminales son invitados a sentarse a la mesa a ser tratados como seres humanos es porque la domesticación de una alimaña solo es posible en habitaciones iluminadas, bajo la misma promesa que ellos presumen: la de no dispararles nada más aparecer. Una vez salidos de la selva, visibles, al alcance de la ley, cómo pedirle a la bombilla que les muestre como no son.
Pero ha de quedar claro que la única razón por la que criminales son invitados a sentarse a la mesa a ser tratados como seres humanos es porque la domesticación de una alimaña solo es posible en habitaciones iluminadas, bajo la misma promesa que ellos presumen: la de no dispararles nada más aparecer. Una vez salidos de la selva, visibles, al alcance de la ley, cómo pedirle a la bombilla que les muestre como no son.
01 octubre 2016
a cada grandeza, su cubo
En el mundo en que reinó Reagan,
los representantes del equipo contrario tenían la longevidad que se le deseaba
a sus ideas: Yuri Andrópov y Konstantin Chernenko presidieron la Unión
Soviética en dos mandatos sucesivos del que dimitieron, al tiempo que de la
vida, en apenas quince y once meses respectivamente. Cuando Mijail Gorbachov se
hizo cargo de la empresa, Reagan cruzaba ya el ecuador de la década en que iba
a sentar las bases del modo republicano de pensar hasta la fecha, con parada
posterior en su vicepresidente, George Bush sr. y fonda interminable en su
hijo.
La grandeza del país que
presidió el primero miraba hacia el peso del estado en la Rusia comunista para
amputar la que, en territorio estadounidense, recortaba impuestos a los ricos
en la ilusión de que serían estos quienes devolverían a la sociedad lo que el
estado se negaba a pedirles.
donald trump es hijo o
espectro de ese plan, y tan bien podría éste haberlo entendido que la impresión
obvia de no haber ido al colegio en su vida podría ser solo la de considerarse,
no heredero, que a algo obliga, sino encarnación del espíritu conservador que
Reagan trajo el mundo mientras otra eclosión, la de la publicidad que no
llamaba idiota a quien la veía (encarnada en Bill Bernbach y su equipo),
declinaba para lanzarse, en los ochenta, en manos del videoclip que iba a
moldear millones de anuncios en esa década y aún la siguiente.
trump cumplió sus cuarenta
años en medio de esa transformación social que hizo de Estados Unidos un país
más próspero e infinitamente más injusto, y que con Reagan en el poder aún tuvo
hasta bien entrada la década de los noventa para elevar el privilegio del
empresario sobre la sombra del socialismo que no solo dictaba la vida de sus
ciudadanos sino que, atrocidad, les impedía enriquecerse con ella.
Que, entrada la campaña presidencial
actual, trump imite menos a Reagan que al último de los zares que la revolución
bolchevique interrumpió, es una ironía que, en su delirio permanente sobre casi
cualquier tema, ha de ignorar en su forma de dirigirse a la mano de obra
extranjera, cuán se asemeja a la que practicara aquel Romanov con los derechos
de los campesinos rusos de principios del siglo XX.
Sumado
el apoyo de los supremacistas blancos –ku klux klan-, el de la asociación
americana del rifle y el de empresarios como los hermanos Koch, arracimados en
el molde del nazi henry ford, la grandeza a la que trump arrastra a tan infame
eslogan, es, en su ataque al socialismo que enmascara el ideario demócrata, el
de una dictadura barnizada de espíritu empresarial, en el que basta mentir con
énfasis e insultar con energías inacabables para merecer el respeto que un jefe
de estado como Obama, que basa el suyo en la inteligencia, la sensatez y la
oratoria, no merece si se puede elegir a un cowboy como trump, es decir como
Reagan, como Bush jr. Como cualquiera que no sabe la más mínima noción de la fiscalidad
de multinacionales, pero por qué preocuparse si la grandeza está a la vuelta de
la esquina, como la basura que cualquiera saca a medianoche.