También la demanda construye la oferta y por eso asomarse
a lo que los diarios españoles entienden por suplemento dominical es, acaso,
menos patético de lo que parece. Para quienes no quieran pasar por esa prueba,
queda leer online, o suscrito a su edición impresa, el periodismo magnífico que
The New Yorker imprime cada semana. Alex Ross llena dos páginas acerca de la
Pasión según San Mateo, en versión de Peter Sellars con la Filarmónica de
Berlín; Peter Hessler ve impresas las diez que hablan del auge y ocasos de la
más improbable industria textil china en la parte más conservadora de Egipto;
Nick Paumgarten crea doce acerca del recorrido de Billy Joel por escenarios
internos y externos. En ese goce continuo, ni la ambición literaria impide la
legibilidad del periodismo, ni las urgencias de éste, la finura y profundidad
de los temas tratados. Reeducar el periodismo español es probablemente tan vano
intento como confundir la excelencia de un semanario con lo que la fox de murdoch
hace por el auge del lado más primate del partido republicano. Pero cómo no ver
en cada domingo un desperdicio, una oportunidad perdida.
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