03 septiembre 2015

old new yorker



También la demanda construye la oferta y por eso asomarse a lo que los diarios españoles entienden por suplemento dominical es, acaso, menos patético de lo que parece. Para quienes no quieran pasar por esa prueba, queda leer online, o suscrito a su edición impresa, el periodismo magnífico que The New Yorker imprime cada semana. Alex Ross llena dos páginas acerca de la Pasión según San Mateo, en versión de Peter Sellars con la Filarmónica de Berlín; Peter Hessler ve impresas las diez que hablan del auge y ocasos de la más improbable industria textil china en la parte más conservadora de Egipto; Nick Paumgarten crea doce acerca del recorrido de Billy Joel por escenarios internos y externos. En ese goce continuo, ni la ambición literaria impide la legibilidad del periodismo, ni las urgencias de éste, la finura y profundidad de los temas tratados. Reeducar el periodismo español es probablemente tan vano intento como confundir la excelencia de un semanario con lo que la fox de murdoch hace por el auge del lado más primate del partido republicano. Pero cómo no ver en cada domingo un desperdicio, una oportunidad perdida. 

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