21 octubre 2010

necesidad del vigía

Cuánta razón en lo que escribe hoy maruja torres en El País sobre los desamparados fumadores, en ese “respetar el derecho de cada cual a su espacio, a hacer lo que quiera mientras no perjudique a los no fumadores”, tan obviamente incompatible con “lo razonable de no ser fanático, del tipo ¡En mi casa no se fuma!”. Cuánta razón en denunciar “esa oleada de buenapensancia que nos cubre” y que equipara el derecho ético a fumar, con el capricho estético que es sentir asco ante la pestilencia que exhala un cigarrillo, y que se pega a la ropa, a lo que consume uno en bares y restaurantes, a esa flojera del ánimo que es exponerse con queja a sus efectos cancerígenos. O esa agresión constante al civismo y la convivencia que es recordar a un fumador que uno no es culpable por sentir repugnancia, y sí por causarla, ante el hecho sabido de que los fumadores lo son por haberles puesto una pistola en el pecho que les obligue a hacerlo. Más ante la intolerancia clásica de quienes, como el hombre que en la pág. 41, declara que cuando “pusieron un cartel -en su bar- en el que se decía “se ruega fumar lo menos posible”, la gente lo hacía incluso cada vez más”. Nuestra gratitud a salvadores constantes de las libertades básicas como marías, savater, leguina, torres. Cuánta razón. Y de qué clase.

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