28 julio 2010

Viajar por otros


Uno tuvo un tío que viajaba mucho, su alegría y su cariño un ventilador perenne cuyos efectos te despeinaban por fuera mientras revolvían y aleteaban dentro una forma de ser que bien podría adquirirse en aquellos sitios de los que siempre parecía estar viniendo. Al enfermar mi tía, él se recluyó con ella y lentamente fue muriendo de tanto no irse, de tanto no volver. Como una embarcación comida por la herrumbre, antes desapareció lo que sirviera para desplazarse –él- que la tierra a la que vivió, y murió anclado –mi tía, dulce y buena como pan que te mirara comerlo. Acaso quienes no pueden ya moverse se parecen como piedras al viento de la erosión lenta, y acaso quien hoy se llega hasta donde guarda sus días detenidos el hombre de la imagen para moverle por dentro durante unas horas, es en ese instante la tierra a la que llegar, el sentido del viajero, de quien llega y vuelve para que le esperen.

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