Opone El País ayer sendos artículos de Jesús Mosterín y antonio lorca para ilustrar las posturas que enfrentan la prohibición y defensa de las corridas de toros. “Toda Europa había sido un hervidero de supersticiones y crueldades; de censuras, quemas de herejes y represiones, y de torturas públicas de animales humanos y no humanos, incluidos el lanzamiento de gatos desde las torres de las iglesias, las peleas de perros y de gallos y de perros contra osos, y los encierros, acuchillamientos y corridas de toros. Frente a tanta sordidez y violencia, la Ilustración trajo a Europa la apertura de las mentes y la suavización de las costumbres. Las tradiciones más sanguinarias fueron abolidas en casi todas partes. Sin embargo, en España apenas hubo Ilustración y Fernando VII cortó de cuajo sus débiles brotes, restaurando la Inquisición y la tauromaquia, entre otros horrores. España se convirtió en una excepción y anomalía, la famosa España negra, caricaturizada por Goya, una anacrónica bolsa de crueldad y cutrerío alejada de cualquier ciencia y compasión.”-escribe Mosterín, transparente.
Lorca empieza diciendo que los que claman contra los toros, lo hacen contra “la fiesta”, quizá porque anteponiendo la diversión a la crueldad, o la tradición al juicio lógico sobre su contenido, se evita pensar ante el salvavidas de saber. Sigue lorca: La ley promulgada por el parlamento –que no menciona una sola vez- no es tal, sino “el triunfo sólo soñado, cuando sus promotores se dedicaban a recoger firmas para dar simple testimonio de su oposición”. Lo logrado no es, por cierto, la ley sino “su quimera”. Para ponderar el derecho de que a alguien no le agrade ver maltratar y dar muerte cruel a un animal, escribe que si gonzález, aznar o zapatero nunca han sido vistos en una plaza, es debido al “secular complejo de los políticos”. Algunos de los antitaurinos son “exaltados”. No como quienes, en la plaza, corean con admiración el sangrado y ejecución por tramos del toro. Signifique lo que signifique, “la mayoría de los gobiernos autonómicos se limitan a permitir la existencia de la fiesta, sin mover un dedo por su pureza”.
Quizá porque ya lo escribió ayer ampliamente savater, y marías a menudo, se deja lorca en el tintero el argumento clásico de que quien no quiera ir a los toros, no vaya, y punto. Como si el problema fuera que a quienes torturan y asesinan es a los antitaurinos, y no al toro. Tan similar al capote con el que algunos fumadores apestan su defensa diciendo que el derecho a fumar en todas partes es simplemente el de los no fumadores de no hacerlo, y allá la pestilencia o el cáncer de quienes, no fumando, exhalan por doquier –en la calle o en un bar- el humo ajeno. En fin, madrid está felizmente a salvo. Aquí las corridas, como la iglesia, el tabaquismo o el endeudamiento municipal, son un bien de interés cultural.
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