Escribe Thomas L. Friedman en The New York Times –en la transcripción de El País 7.11- como razón nueva en el triunfo demócrata el voto de los republicanos que percibían lo inspirados y esperanzados que estaban sus hijos, y no sólo no querían frustrar sus esperanzas, sino que en secreto querían compartirlas. No suena menos bien -menos productivo- por sonar irreal, pero que alguien renuncie a su parecer para favorecer el del contrario se antoja frágil porque, como ocurre típicamente con las herencias, que uno deje lo que tiene a su hijo sin juzgar si lo merece es sólo un instinto, un espasmo antes que una razón sólidamente validada. Claro, lo que se es capaz de juzgar es lo que se merece tu hijo, no sus razones.
Así, que en secreto quieras compartir aquello ante lo que cedes suena a patetismo de la voluntad, a ese no entender por qué tu hijo quiere algo que tú no. Justo al lado, que “la inspiración y la esperanza” jueguen algo en lo que debería ser exposición y juicio de más serios argumentos, es clásica maniobra de tiempo electoral, y en ella juega ese universal que es votar sin más razonar interno que lo bien o mal que le vaya al votante. Verbigracia, que a joe el fontanero no terminen de irle bien las cosas dice del bien general lo mismo que un escarabajo de la literatura universal: apenas uno de sus frutos elevado a tesis general, a principio regulador del todo. O la perversión del “si soy como todos, el todo ha de explicarse en mí sin más problema”.
Es en esa versión del peso de lo individual que renunciar a “frustrar esperanzas” suena a impostura, aunque bienvenida sea, pues es sólo hacerlo en función de la energía que muestra tu vecino en opinar lo contrario –que sea tu hijo sólo añade chantaje al hecho. Pero es un hecho feliz el que el 18% de los habitantes de estados unidos (los menores de 29 años) hayan optado, en un 66% por Obama. Porque ese porcentaje –creciente por debajo al incorporar las más generosas natalidades en negros e hispanos- unido al natural descenso de la población más envejecida –mayoritariamente republicana- producirá en las elecciones de 2012 una base de población presumiblemente afín o sensible a procedimientos demócratas.
La cita de Friedman se inscribe en un artículo de explícito título –la guerra civil ha terminado- y bien puede verse en ello el principio del fin de la influencia de la generación que vivió la gran guerra, y aún así ha optado repetidamente por trincheras del más puro sinsentido político, y el comienzo de una mayoría realmente civil, donde compartir las mejores esperanzas no requiera haberlas perdido de vista durante décadas.
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