09 noviembre 2008
1. el triunfo del tiempo y el desengaño
Es arduo imaginar una relación de un presidente con sus actos tan clara en el despeñarse como concluirá en enero la de george bush jr. Previsiblemente humillado a partir de ese día por un sucesor sensato, o sólo capaz de inteligencia, en la estrategia de gestión del mundo, sería sin embargo ilusorio pensar en que el aprendizaje de esa decepción vaya a durar gran tiempo en la cabeza de nadie, como no ha estado tan lejos de demostrar la inconcebiblemente idiota elección de sarah palin como segunda en la línea de sucesión al trono de haber sido mc cain quien colectara suficiente número de débiles mentales como votado aval de que bush sólo sería así malo porque la economía no va tan bien como la guerra. Que esa no-lección sea perfectamente posible aún para la mitad de la población de ese país, mayoritaria en veintiuno de los 50 estados que forman Norteamérica, es desoladora, no importa la ventaja final que obtiene Obama. Que 56 millones de personas a los que no se prohibe acceder a Internet o apagar la televisión piensen a palin perfecta para el puesto alumbra las reservas de preinteligencia, dispuestas a hacerse con el poder en cuanto el natural desgaste del gobierno afecte a un presidente cuerdo, lo suficiente para que la palabra “cambio” sea de nuevo la ganga hueca que el más tonto tiene la desverguenza de enarbolar allí o en cualquier sitio del planeta sin que se le exijan más pruebas de ello que la demagogia al uso para simples u obtusos. Viene un expresidente –santo y saña de su partido- de predicar aquí contra quienes venden la farsa del cambio climático, y nada pasa, porque qué importa el derecho a ser idiota en público si al día siguiente el mundo es otro, y nadie está aquí para procesar, y menos guardar, razones que liguen lo que vienes de hacer/decir a lo que te espera mañana, para juzgarte o al menos pedirte responsabilidades.
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