En sendas caras de la misma hoja escribían el 4.1 en El País, por un lado Emilio Menéndez del Valle acerca de la crisis en Kenia de estos días que Jomo Kenyatta –el líder keniano que en 1963 arrancó al reino unido la independencia de su país- gustaba de repetir la sentencia “cuando los ingleses llegaron a Kenia, ellos tenían la biblia y nosotros las tierras. Hoy nosotros tenemos la biblia y ellos las tierras". Y justo por detrás, escribe Miguel Ángel Bastenier que "Se dibuja en el mapa un triángulo de la muerte en el que opera el terrorismo internacional, que podemos denominar Yihadistán o la tierra de la yihad en su versión macabra; la de la guerra no sólo contra Occidente, sino, principalmente, las sociedades islámicas de gobernantes moderados, o sea congraciados con EE UU. Ese triángulo, formado por Pakistán, Afganistán e Irak, no delimita una figura geométrica continua, sino que su parte iraquí aparece separada de la afgano-paquistaní por Irán, el gran íncubo de Washington, país en el que, sin embargo, no encuentra refugio el terrorismo islamicista.
Fracasada la Operación Benazir, ese triángulo de la yihad donde el terrorismo practica la propaganda por el hecho para edificación de parte del mundo árabe e islámico, funciona como una estructura de vasos comunicantes. Mientras desciende la violencia en Irak, hasta el punto de que Washington empieza a pensar que puede ganar la guerra, aumenta exponencialmente en Afganistán, y Pakistán mete varios conflictos en una sola carnicería: la guerra de la democracia y la del terror, enemigas entre sí, enfrentadas al poder oficial. Estados Unidos, que ha abierto Irak al terrorismo yihadista; que asiste impotente a la salida de las catacumbas de los talibanes en Afganistán; sigue inerme aferrado a su aliado paquistaní, pese a que ya no puede aliviar con Benazir a un presidente acosado. El tiempo transcurrido desde el 11-S ha servido para consolidar ese nuevo triángulo de la yihad. La guerra contra el terrorismo se extiende, pero hacia Occidente".
Lo primero describe también las permanentes invasiones de la iglesia en tierra de derechos, al punto de que no se sabe muy bien qué sea metáfora de lo otro: si Kenia de esto, o esto de aquello.
Lo segundo describe el asedio que genera asedio, y como a partir de ahí, la postura más intransigente pondrá a quienes no están con ellos en el paredón de los que en contra. La permuta de las razones para odiar por los lugares desde los que poder hacerlo está en ambos artículos: más claro en Kenia y su intercambio de crucifijos y registros de propiedad, y sólo algo más arduo de ver en el caso de la triada de países afectados por el terrorismo islámico: aquí la madera del dios impreso en las lanzas es otra, pero con él se persigue las mismas tierras, el mismo derecho a quedárselas mientras los infelices –que en el rezar se cuentan por millones, ponen a dios con el resto de baratijas.
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