01 noviembre 2007

perro sin hortelano

Dejado doblemente solo el perro de los vecinos estos días –a cargo de la casa y de sí mismo, pues ni dos meses camina- pasa el día corriendo a zarandear bultos diversos que se mueven lo que las piernas de un peluche, una pelota o un cubo permiten. Su imaginación oye quizá lo que sus oídos finísimos no, que es algo parecido a lo que ha de ocurrir no pocas veces con sus dueños, ancianos que han de oír aún el eco de lo que había en esta calle hace setenta años, pues claras son las voces que rememora él –mi vecino pepe- al referir las veredas, los trigales, el cauce del río por el que venían muriendo de un bando y otro cuando la guerra. No se amaestra la memoria aunque la conveniencia quiera, y así el perro no logra amaestrar la ausencia en que le han puesto, pasa el día llorando y dada cierta cadencia, a uno le parece estar escuchando el grito que lanzan los halcones, suena raro su llanto y cabe pensar que, dada la infancia, le suene extraño incluso a él, que no ha de tener todavía claro si los halcones tienen cuatro patas y rabo, o si las alas salen en un perro tarde. Vienen de cuando en cuando pequeñas nietas de sus dueños a tocarle y dejarse ladrar, pero el llanto amanece igual, como si no tuviera claro que lo malo se acaba. No es mal destino ser perro en el jardín que crece bajo mi ventana, pero si solo a veces y acompañado otras, no te gusta lo suficiente, perro o no, te conviertes en ese momento en lo que tal vez te falla: memoria. Y como ella, cuando no eres una cosa ni otra, eres quizá lo que les sobra a ambas, la parte de duda que hay en todo. Huelga que en ello ni duerme ni deja dormir, lo que probablemente hace es llorar como un halcón lo que no supo defender, o no le dieron a tiempo de saber, como perro.

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