21 noviembre 2007

descanse en guerra y paz

La primera vez que mi padre casi se moría uno se recuerda en una habitación, en blanco y negro como la televisión, y en ella Fernán Gómez como un histrión Don Mendo, cuidando, y perdiendo finalmente, su venganza. Años después, ya con mejor color ambos, a mi padre le caería, por su cumpleaños, el primer tomo de las memorias de aquel –el tiempo amarillo-. Una década más tarde, pocos días después de fallecer mi padre, hallé en un puesto de libros de ocasión el volumen Puro teatro, que recoge textos postreros de Fernán Gómez. Virado precisamente al amarillo, el rostro de portada es tanto el suyo como el de Tolstoi: severo, lejano, como tratando de ser busto. Decía Gil de Biedma que el destino del hombre era amasar y luego ir desmasando, perder lo que, para ser, te hiciste. Como si emparejada a la estatura, mala combinación la grandeza que se le diera a Fernán Gómez con el país de enanimos intelectuales que le tocó. Quizá es privilegio de quienes empezaron prestando su rostro para esa forma de la paz que es la risa de tantos, el despedirse habiéndolo convertido en máscara de guerra o más sencillamente, de distancia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo quiero ir al Sendero del Agua...

uliseos dijo...

y yo. pero es que al cielo se va cuando te toca.