26 agosto 2007

donde el café,1

Hay una guerra, ambulante y doméstica, al alcance de cualquiera que tenga un coche en Colombia, es la de los socavones contra los coches; la de los coches entre sí; la de los conductores contra sus pasajeros. El lenguaje ayuda: los badenes reciben el nombre de policías acostados, y fuerzas policiales y militares crecen en los bordes de carreteras y caminos más que señales de tráfico o semáforos.
Al contrario que en Buenos Aires o Caracas, donde no es difícil que a uno también le atropellen subidos al lenguaje, extraña aquí por la suavidad, la dulzura con que se conducen los colombianos fuera de los coches. Es arduo saber cuál de las personalidades es la que fagocitó a la otra en el ejemplo argentino y venezolano, pero se hace difícil imaginar durante mucho tiempo la convivencia de tan opuestas formas de afrontar al otro. Un signo de esperanza asoma a pesar de que la extensión de Bogotá y la ausencia de Metro haga demasiado tentador desplazarse en coche: al contrario que en esos países, en éste hay un carril bici que recorre buena parte de la ciudad, los autobuses viajan llenos, hay más taxis que nubes, y un mandato municipal limita el número de días que puede usarse el coche cada mes. No es poco, con suerte, suficiente
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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Colombia, Colombia...una mujer de aquel hermoso país me dejó tocado. ¿Dónde irán los amores perdidos? ¿Y los besos que dejaron de darse?

Anónimo dijo...

...y un corazon y unos labios Colombianos en donde se tocaran con el amor aun no encontrado?

Anónimo dijo...

Nos conducimos los Colombianos entre el desgarre de la intolerancia y la redencion de la esperanza de reparacion y reconciliacion. Una convivencia "inconvivencible" que entenderas si coges un taxi sin pico y placa y le pides que te lleve a Ciudad Bolivar!