09 noviembre 2016

live



04 noviembre 2016

16 octubre 2016

Go down, Kubrick

Dirigida y coescrita por Romeo Castellucci, su Go Down, Moses que se ha podido ver en los Teatros del Canal este fin de semana asciende hacia el espectador con poquísimas frases a las que agarrarse, y que, contando el abandono de un recién nacido bajo auspicios de redención, pasa del símil con el antiguo testamento a una escena anclada en el principio de la vida humana en el planeta, encerrada en cuevas en las que dar a la luz, enterrar o comerse al mismo niño. Sumida en sonido, mostrada como una parábola que más pregunta cuanto más se abre, mejor parece una misa que una representación teatral. Muchos salían descontentos, sin saber a lo que habían asistido. Quizá demasiada fe en la ortodoxia teatral no ayuda a reconocer la religión cuando sus ritos parecen inventarse los evangelios en vez de recitarlos.

09 octubre 2016

vacuna retroactiva


Una posibilidad que explique el reciente voto contrario al proceso de paz con las farc es que, sabiéndoles sentados a la mesa en que negociar su renuncia a las armas, pensar en renunciar al castigo del perro rabioso lograda la domesticación se antoja difícil. En el chantaje que todo terrorismo aplica al estado con el que negocia, la igualdad de derechos es el primer eslabón que se busca garantizar. Los estados ceden porque lo que es obvio para un ser humano normal, viniendo de un chacal es un prodigio y no hay que desperdiciar la ocasión de lograr que entregue los dientes. Pero una vez en la jaula, es decir, sentado a la mesa de negociaciones, tratarle como lo que es podría ser el primer instinto de cualquiera. Al fin y al cabo, el perdón no exime del castigo, no es incompatible con la justicia.
Pocos de quienes vienen de votar no a su integración social sin penas de cárcel han de pensar que quienes, logrado el supremo esfuerzo de no parecer alimañas durante el tiempo que han durado las negociaciones, podrían volver a la selva si el pacto fracasa. Es como pensar que quien prueba una ducha y una cama caliente preferirá después dormir a la intemperie.
Si desde aquí tampoco termina de sonar extraño es porque, sin un referéndum en que preguntar si los asesinos merecen dejar de serlo por decreto, no pocos de quienes, desde el pnv sin ir más lejos o más cerca de la bala, jalearan a los asesinos de eta gozan hoy de derechos plenos para seguir disculpando sus crímenes en pro de la estabilidad del negocio que, casualidad, regentan ellos en base a vestir camisas mejor planchadas.
La diferencia es, por supuesto, que quienes mataban en eta lo hacían amparados en la mayoría nacionalista de la democracia vasca, y quienes en las farc, en selvas literalmente más frondosas. Hay que estar en la piel de quienes viven amenazados de muerte, aquí y allá, para calibrar la necesidad del chantaje infecto que supone ver pasear a cara descubierta a asesinos cuyos únicos méritos democráticos son rendirse a condición de que el estado acepte perder de forma menos sangrienta.
Pero ha de quedar claro que la única razón por la que criminales son invitados a sentarse a la mesa a ser tratados como seres humanos es porque la domesticación de una alimaña solo es posible en habitaciones iluminadas, bajo la misma promesa que ellos presumen: la de no dispararles nada más aparecer. Una vez salidos de la selva, visibles, al alcance de la ley, cómo pedirle a la bombilla que les muestre como no son.

01 octubre 2016

a cada grandeza, su cubo


En el mundo en que reinó Reagan, los representantes del equipo contrario tenían la longevidad que se le deseaba a sus ideas: Yuri Andrópov y Konstantin Chernenko presidieron la Unión Soviética en dos mandatos sucesivos del que dimitieron, al tiempo que de la vida, en apenas quince y once meses respectivamente. Cuando Mijail Gorbachov se hizo cargo de la empresa, Reagan cruzaba ya el ecuador de la década en que iba a sentar las bases del modo republicano de pensar hasta la fecha, con parada posterior en su vicepresidente, George Bush sr. y fonda interminable en su hijo.
La grandeza del país que presidió el primero miraba hacia el peso del estado en la Rusia comunista para amputar la que, en territorio estadounidense, recortaba impuestos a los ricos en la ilusión de que serían estos quienes devolverían a la sociedad lo que el estado se negaba a pedirles.
donald trump es hijo o espectro de ese plan, y tan bien podría éste haberlo entendido que la impresión obvia de no haber ido al colegio en su vida podría ser solo la de considerarse, no heredero, que a algo obliga, sino encarnación del espíritu conservador que Reagan trajo el mundo mientras otra eclosión, la de la publicidad que no llamaba idiota a quien la veía (encarnada en Bill Bernbach y su equipo), declinaba para lanzarse, en los ochenta, en manos del videoclip que iba a moldear millones de anuncios en esa década y aún la siguiente.
trump cumplió sus cuarenta años en medio de esa transformación social que hizo de Estados Unidos un país más próspero e infinitamente más injusto, y que con Reagan en el poder aún tuvo hasta bien entrada la década de los noventa para elevar el privilegio del empresario sobre la sombra del socialismo que no solo dictaba la vida de sus ciudadanos sino que, atrocidad, les impedía enriquecerse con ella.
Que, entrada la campaña presidencial actual, trump imite menos a Reagan que al último de los zares que la revolución bolchevique interrumpió, es una ironía que, en su delirio permanente sobre casi cualquier tema, ha de ignorar en su forma de dirigirse a la mano de obra extranjera, cuán se asemeja a la que practicara aquel Romanov con los derechos de los campesinos rusos de principios del siglo XX.
Sumado el apoyo de los supremacistas blancos –ku klux klan-, el de la asociación americana del rifle y el de empresarios como los hermanos Koch, arracimados en el molde del nazi henry ford, la grandeza a la que trump arrastra a tan infame eslogan, es, en su ataque al socialismo que enmascara el ideario demócrata, el de una dictadura barnizada de espíritu empresarial, en el que basta mentir con énfasis e insultar con energías inacabables para merecer el respeto que un jefe de estado como Obama, que basa el suyo en la inteligencia, la sensatez y la oratoria, no merece si se puede elegir a un cowboy como trump, es decir como Reagan, como Bush jr. Como cualquiera que no sabe la más mínima noción de la fiscalidad de multinacionales, pero por qué preocuparse si la grandeza está a la vuelta de la esquina, como la basura que cualquiera saca a medianoche.

12 septiembre 2016

carta de la noche al día


Algunas preguntas sirven para que entiendas mejor las respuestas que crees tener domesticadas. Pregunta P. qué es lo que no me gusta de Paulo Coelho y la pregunta se convierte en otra cosa en la respuesta: como con otras áreas, uno esperaría que el mundo apreciara lo que la literatura vino a hacer por nosotros, y esa decepción crea un hueco, que es el del desdén por sus esfuerzos. Justo en ese hueco germina lo que Coelho, y muchos otros, crean para aliviar parte del sufrimiento que el mundo soporta y la literatura tan explícitamente recrea. Literatura y Coelho son cosas distintas, pero comparten el canal en que se expresan, y el auge del segundo no es culpable del fracaso de la primera. Las razones por las que se lee a Coelho son distintas de las que llevan a ignorar a Coetzee, Magris, Sebald o Roth. Pero ambos pelean en las librerías por explicar el mundo o por salvarlo. Acaso el rechazo que Coelho genera en quien ama la literatura es solo el de quien no entiende querer la noche después de despreciar el día. Obvio que la noche quiere del hombre cosas distintas.

01 mayo 2016

Ficción pedida a la verdad


Entrando por la puerta de Goya del Museo del Prado, se accede a una galería que todo el que acudía a las muestras temporales atravesaba hasta que la ampliación de los Jerónimos vino a cambiarlo. Si se resiste la tentación de pasarse a Velázquez y Goya, cuyas salas se abren a la izquierda, José Ribera es el primer pintor que sale al encuentro, y siendo uno de los pintores con menos retratados por metro cuadrado, la repetición de modelos, que en otros es indistinguible, en él es algo que se ve antes, o al menos no después, que la obra en sí. A la izquierda hay un monográfico que junta un San Andrés (1631), un San Bartolomé (1641) y un San Jerónimo (1644) en el mismo anciano que posara para todos ellos, y aún en la pared de enfrente repite como San Bartolomé (1630). Un poco más adelante, también en el lado izquierdo, un San Pablo (1635-1640) y un San Pedro, libertado por un ángel (1639) cruzan miradas con el Isaac (1637) que les contempla con los mismos ojos, la misma nariz, el mismo todo. Arquímedes (1630) y la mujer barbuda (1631) son casi el mismo cuadro de tan juntos y de tan el mismo filósofo griego amamantando a un niño. En sus ratos libres es también, unos metros más allá, San Simón (1630), y todos ellos casi uno de los borrachos sacados de la sala de enfrente, con Velázquez. Finalmente, lo que podría haber sido un boticario reencarna –al menos eso- por tres veces en San Pedro (1630, 1632 y 1615 por orden de aparición, aunque la última de ellas lo sea como apóstol inserto en un grupo sin nombres asociados).
No muy lejos, en una de las salas de la Fundación Mapfre, estos días puede verse una muestra del trabajo fotográfico de Julia Margaret Cameron. Recreación frecuente de imágenes medievales o renacentistas, y más frecuentemente de mitos literarios o religiosos en pos de cuya simulación grave –ni una sonrisa cruza las docenas de fotografías expuestas- hiciera posar a nietos, sirvientes y amigos de 1863 a 1879, permite ver a su sirvienta Mary Hillier como virgen en tres obras de 1865 y como la poetisa griega Safo apenas unos meses después. Su sobrina Mary Prinsep encarna a San Juan en una fotografía de 1866. Marie Spartali, hija del cónsul de Grecia en Londres, posa como Hipatia, la filosofa griega de Alejandría. El poeta Henry Taylor fue, entre otros, fray Lorenzo acompañando a Julieta; el Shakesperiano Próspero junto a Miranda, o el rey bíblico Asuero al lado de la reina Ester. Su propio esposo, Charles Hay Cameron, malogró no pocas instantáneas mientras posaba, muerto de risa, como el mago Merlín para un libro de versos de Alfred Tennyson. El propio Lewis Carroll, fotógrafo aficionado, que a partir de sus retratos de niños modelaría a Alicia en el país de las maravillas, veía pocas en la obra de Cameron.
Uno de las escasos retratos en que el modelo mira a cámara sin más aparejo añadido muestra a Julia Jackson, quien llegado el día, engendraría a Virginia Woolf, y ésta, a su vez, el primer libro sobre Cameron en 1926, sesenta años cumplidos de su muerte. Aunque sería otro libro suyo –Una habitación propia-, publicado tres años más tarde, el que, incluso si hablando de literatura escrita por mujeres con el trasfondo de la mudez histórica de la expresión femenina, más claramente hable del mundo al que Cameron arrojó su visión del arte, recién hallado, de la fotografía.
Referido a negativos o a letra garabateada en un papel a escondidas, no hay un ápice menos de verdad en el diagnóstico que Woolf cita, de manos de Arthur Quiller-Couch –“lo cierto es que, debido a alguna falta de nuestro sistema social y económico, el poeta pobre no tiene hoy día (1916), ni ha tenido durante los pasados doscientos años, la menor oportunidad. Hablamos mucho de democracia, pero de hecho en Inglaterra un niño pobre no tiene muchas más esperanzas que un esclavo ateniense de lograr esa libertad intelectual de la que nacen las grandes obras literarias”. Curiosamente, posando como niño en manos de la virgen, el nieto de Cameron tanto parece eso como un niño ateniense.
El alegato de Quiller-Couch contra la responsabilidad del arte en manos de las clases acomodadas pudo haber conocido en la España de la inquisición a principios del siglo XVII tiempos pioneros. Lo recoge Fuga mundi 1609, la obra de María del Mar Gómez, premio Beckett de teatro en 2007, que cuenta la peripecia de una escultora a merced de su protectora –una dama de la nobleza- quien cree ver en el rostro tallado de una virgen el de una modelo morisca, a escasos meses de la expulsión de los árabes de la España de Felipe III. Cuando, meses después de encargada una nueva talla que recoja la fe a que obliga la cristiandad, la escultora presenta de nuevo la misma que fuera condenada, y pensada destruida, la noble señora con ojos de hoguera cae postrada ante ella, afirmando, esta vez sí, la verdad simbólica del arte adecuado. 
Como Cameron pidiendo de sus amigos y familiares una gravedad a la altura de los temas tratados, y obteniendo de su marido carcajadas sin fin en el intento de ser un gran mago, la relación de los modelos con lo representado habla también de las fugas que contiene una fotografía o una escultura sacra.