27 abril 2014

Mismo enemigo, mismo pueblo



Siete años han pasado desde que Israel Elejalde se asomara por vez primera al Centro Dramático Nacional. Y quizá porque el tiempo de los autores que ayudara a encarnar no se ha movido un ápice de Ibsen a Galdós, las peripecias de sus personajes tampoco lo han hecho. El único amigo que Ibsen pusiera a disposición del doctor Stockmann en su Enemigo del pueblo resultaba, en la Doña perfecta, de Galdós, más de los que el protagonista –Pepe Rey- podía encontrar en un pueblo perdido de la España de finales del XIX. A merced en Ibsen de todos los que, en la advertencia sobre la calidad de las aguas del balneario, prefieren la mentira a ver arruinada la fuente de sus ingresos, y en Galdós de quienes, por mor de la autoridad obvia de la iglesia y el absolutismo de la burguesía local atrincherada, conspiran contra la elemental verdad que defiende el joven llegado a Orbajosa, Elejalde está más solo cada vez. También porque el lado que defiende en solitario la verdad es más vulnerable si quien defiende la mezquindad es de su propia sangre –el hermano en Ibsen, la tía en Galdós. Su Alcestes reluce estos días en El misántropo como un enésimo Zaratustra, sin el consuelo de tener a quien mirar a los ojos mientras aquel le traiciona, dado que en la versión de Del Arco, esa es una misión al alcance de cualquiera. Encarnará un día a John Proctor, de Las brujas de Salem y su muestrario sobre el jurado torticero o directamente fanático seguirá puliéndose. 

24 abril 2014

Desde el mismo núcleo de la mecha


Inserto en un artículo sobre genómica, se lee en El País, ayer, de la creación de la Human Longevity Inc. “Nuestro objetivo es que los 100 años sean los nuevos 60” –dice su cofundador. Se ceban así dos bombas a la vez: la demográfica y la que trae el cambio climático, cuya amenaza se trata justo a la inversa: Nuestro objetivo es que los 60 años sean los nuevos 100.

Cien años de memoria


Como no lo he leído estos días en la prensa, lo dejo aquí: creo que es al principio de Cien años de soledad cuando se narra la peripecia de un hombre que, conforme pierde la memoria, ve cómo su esposa o familia va sembrando la casa de notas con el nombre de las cosas, cada una junto al objeto que describe. Las editoriales que lo distribuyen hacían lo mismo ayer. 

21 abril 2014

diario de a bordo de la astilla


Como casi todo lo que pudiera rodarse a partir del Antiguo Testamento, Noé, de Darren Aronofsky, es una película sobre el sentido del humor de dios. Más específicamente, sobre cómo quien no juega a los dados con el universo podría albergar cierta disposición a hacerlo con los hombres. En uno de los escasos hechos que el guión no modifica o fabula directamente, con el destino de la especie humana en juego, convencido Noé de que dios no desea más hombres que los que vayan a bajar del arca, y al saber que la mujer de su hijo Set está embarazada, tras jurar matar al recién nacido si es niña, dios envía no una sino dos gemelas a su vientre. Sin tanto estrés, incluso Noé habría apreciado el sentido del humor de quien extermina a una especie en su práctica totalidad para luego dar a esa especie la oportunidad de repetir los mismos errores, esta vez sin tanta competencia.
Como los propios inquilinos del arca, cada idea no literalmente tomada del Libro del Génesis es también doble, y si una sirve para vender entradas, la otra no desmerece ni del mundo previo a ese diluvio, ni del posterior: son los descendientes de Caín los llamados hombres, solo ellos. El mundo previo al castigo divino es uno familiar: la deforestación brutal, la contaminación impune, la tierra esquilmada, el canibalismo simbólico y el otro, las ciudades, las máquinas. Solo la presencia del descendiente de Caín dentro del arca es redundante, pues, como recalca Noé a quien quiere escucharle, eso viaja ya dentro de cada uno de ellos. Noé y Set Matan a cuantos pueden para salvaguardar la misión encomendada. Noé deja morir después a quienes claman antes de que la inundación se los trague. Las líneas más verosímiles son, ya sea dirigidas a dios o a aleccionar a uno de los hijos de Noé, las del tataranieto de Caín –“yo doy la vida y yo la quito, como tú”.
Anclado en la parquedad expresiva de dios y en la dificultad de consensuar con él un diccionario, las preguntas más interesantes de la película tienen que ver con el tormento interior de Noé, convencido, con razón, de que obedecer a dios es defraudarle y confiar en su criterio, un acto de ingenuidad que tiene en cada uno de los miembros de la familia regeneradora un ejemplo distinto: Noé no puede matar a un recién nacido si dios no se toma la molestia de impedir el embarazo, que sería lo más fácil y limpio. Su esposa niega la voluntad de dios, que viene de ejecutar a millones de adultos y niños, solo porque estos niños son sus nietos. Set, una vez padre, opina igual. Cam es el más humano de todos ellos: la sensación de tener menos que su hermano y el deseo de venganza corroen su alma. La pregunta de quién traiciona a quién –si Noé a dios, dios a Cam, Cam al resto- es menos interesante que ver en el desenlace –el diluvio como acto estéril si la especie humana pervive- uno que dios debía prever, al poner en las manos de un hombre la decisión sobre los frutos de su propia sangre.
La última década ha visto, con esta, tres arcas llenar los cines: la que Roland Emmerich fletara en su 2012 (2009) y la que Scott Derrickson bajara del cielo en el remake de Ultimatum a la tierra (2008). Si ésta respetaba ortodoxamente la simbología del arca –los animales a salvo por parejas, el hombre a salvo, desaparecido de la faz de la tierra-, aquella añadía el matiz más verosímil posible: que los ocupantes de las tres arcas construidas a tiempo lo fueran avalados por los ingresos que pudieran pagar el camarote, de forma que militares estadounidenses, jeques árabes y millonarios rusos navegan plácidamente hacia el futuro de la especie. Si asistir al comportamiento de los hombres sirve para juzgar a dios, y mirar a éste como aquel del que surgiéramos hechos a su imagen y semejanza, sirve para declararnos inocentes, la película de Aronofsky añade un matiz de esperanza a futuro: si al menos descendiéramos de Jennifer Connelly. 

19 abril 2014

De la hemeroteca de Arturo Galván


“Lope de Rueda… Juan de la Encina… Torres Naharro… ¡pero quién coño son éstos!... ¿dónde han estrenado estos cabrones si puede saberse?... estos son de falange, seguro. Recomendados del gobernador… ¡nosotros traemos a Muñoz Seca, a los Quintero, a Torrado, a Jardiel Poncela! ¡no a enchufados!”

De El viaje a ninguna parte, de Fernán Gómez.

18 abril 2014

Cortedad de España


Ninguna de las cuitas, representadas y reídas estos días en el Matadero, del infeliz Juan de Silva, gallardo hidalgo que encabeza La cortesía de España, de Lope, causaría más sorpresa, cuatrocientos años atrás, que el que las carcajadas más claras suenen cuando aquel resume su caballerosidad extremada, desproporcionada incluso entonces, en el ser español. Más peculiar es que esa garantía presumida de nobleza y fiabilidad no cause tanta risa como que eso –ser español- pueda ser motivo de orgullo tomado en serio. Magníficamente servido por Francesco Carril, tanto dechado de honra solo mueve a chanza hoy si presume de lo único que nadie en sus cabales alardearía. Lope no lo puso en su texto porque tal era impensable en tiempos del Imperio regido por Felipe IV. El logro actual es dudoso, pero al menos, honesto. Reír lo que no somos es, con suerte, la mejor forma de dejar de no serlo.

17 abril 2014

send in the clowns



Compuestas con cincuenta años de diferencia, Ruggero Leoncavallo y Pablo Sorozabal escribieron, respectivamente, sus Pagliacci (1892) y Black el payaso (1942) cuando el circo era un personaje que solo moría en escena. El montaje doble de estos días en El Teatro de la Zarzuela ha invertido el orden, pero dudosamente la profecía. Incluso disponer de un espacio fijo en Madrid que lleva el nombre de Circo Price solo sirve hoy para advertir cómo los payasos que en la ficción musical pugnan y sufren queriendo ser otra cosa –un rey, un hombre- lo han logrado: en el circo moderno muy raramente asoma un payaso ya. La admonición de Tonio al principio de Pagliacci –“yo soy el prólogo”- es tan profética acerca de la caída como lo sea una de las primeras que pronuncian, al unísono, Black y White –“¡Y hay quien dice da preocupaciones gobernar a las naciones! ¿Y gobernar al público no es nada?”. Mientras la ópera regenera permanentemente sus obras mayores –de Monteverdi a Gershwin- al tiempo que crea su propio repertorio contemporáneo, la zarzuela declina porque sus libretos son, en su mayoría, material apolillado. Entre el White payaso y el White primer ministro, el público menor de cuarenta años escoge hoy… a Tonio y Canio, aunque sean éstos los que pasen la obra entera sin salir del circo y no a quienes, en la obra de Sorozabal, no lo pisan. Hay cierta crueldad en que lo que vale para buena parte del género de la zarzuela y la opereta no lo haga en Black el payaso –su música y su libreto son estupendos-, y lo que se aplica a Pagliacci –libreto más bien simplón- la ubique, pese a todo, entre las óperas más populares y representadas. Tratando ambas de la verdad dentro de la simulación, hablan también de ese reducto amenazado del payaso que cumple hoy su función: Leo Bassi sufre amenazas del sector más integrista del catolicismo cada vez que sus monólogos hablan de ese circo fangoso: la religión fuera del libreto que se pregona desde hace siglos.

posando para la catástrofe


Cómo un taller de dramaturgia, incluso uno sobre la catástrofe, cumple invariablemente esa condición: ellas son mayoría. Siempre.

13 abril 2014

tamaño del galeón


http://cultura.elpais.com/cultura/2014/04/09/actualidad/1397039187_622486.html

09 abril 2014

muñecas rusas


Se pregunta David Nieto en Cartas al director, hoy en El País, si respetaría la Generalitat el derecho a  decidir de las regiones en las que hubiera ganado el “no” y que, por tanto, hubieran decidido seguir junto a España. Y más valiosamente, si se permitiría, en un supuesto futuro estado catalán, que una región integrante de Cataluña decidiera por sí sola irse de dicho estado. El proceso sigue –dice artur mas, nada más asistir al veto absoluto del congreso. Si no entiende a Nieto ni lo que el significado legal de la decisión de ayer comporta es porque está hablando de la novela de Kafka que lleva ese título. Improbablemente ha de saber también de qué habla ésta.

03 abril 2014

ser abuela de tu hermana



La versión de Tres hermanas, de Chéjov, que Sanchis Sinisterra muestra estos días en La Abadía, dirigida por Carles Alfaro, habría gustado más a Shakespeare de lo que acaso a Chéjov, contada la historia de las hermanas Prózorov como si fueran las tres brujas de Macbeth puestas a soñar una historia rusa, tres siglos después. Solo que, puestas por Sinisterra a decir a todos los demás personajes que han sido suprimidos, Masha, Irina y Olga acaban superando el presente que Chéjov las puso a padecer y, en la vejez que recrean Julieta Serrano, Mariana Cordero y Mamen García, son literalmente el futuro que temen. No es un ápice distinto a lo que Chéjov condenó a tantos de sus personajes, pero sí modifica la incertidumbre, el temor a la soledad que puso en ellos, pues, dicho y leído desde el fracaso de sus sueños, más semeja el relato de un conjuro fallido que la vicisitud aburguesada de tres jóvenes rusas por escapar de su destino. Puestas a ser, respectivamente, el personaje y el portavoz de otros, mezclados los miedos y las ilusiones vanas, más funciona el espejismo cuando más conoces la obra. Es así como lo que podría ser la baza principal del montaje de Alfaro es, probablemente, su agujero más hondo. Cuando Irina lamenta “a dónde se ha ido todo el mundo”, la mayoría no ha de saber de quienes habla. Nunca estuvieron aquí, no hoy. 

ver (concur) so


se toma un verso, se publica y se espera a que alguien añada otro, y otro, y así.
posibilidades de éxito: cero

trátame como lo hace tu ausencia