30 noviembre 2013

salto hacia tu propio cuerpo


30/40 Livingstone, en La Abadía estos días, alberga razones de sobra para compensar la hora y media que pasas sentado mientras Sergi López y Jorge Picó no paran de moverse. Y es peculiar que una de ellas, no la menos evidente, sea contemplar al improbable López moverse dentro de su cuerpo y de su voz con asombrosa gracilidad y no menor gracia. Del primer instante de obra a cada uno de los gestos que acompañan las salidas a saludar, acabada la obra, no sé si he visto a mucha gente en un escenario sentirse más a gusto en su cuerpo. 

el primer mandamiento


Recordar cómo en los años setenta y ochenta –cuando uno veía televisión- las películas acababan abruptamente al cortar la emisión segundos después de que los títulos de crédito asomaran plantea la más interesante cuestión de qué se hacía con películas como Ben Hur al ser programadas, si lo que se amputaba al final –la música que llegaba en los créditos- se consentía al principio, en las asombrosas oberturas y entreactos que llegaran hasta Star Trek, en 1979, incluso en géneros tan alejados del cine histórico como la ciencia ficción. O si el prólogo que Cecil B. De Mille insertó en su segunda versión de Los diez mandamientos, en 1956, era suprimido o se le permitía el panegírico con el que afirma el valor moral, supremo, histórico de la ficción que viene después. Hoy, cuando no pocos en los cines consideran que la película comienza solo cuando alguien arranca a hablar, sería imposible escuchar las músicas extraordinarias de Bernard Herrmann, de Hugo Friedhofer, de Alfred Newman, de Miklos Rosza sin una imagen no fija que obligara a escucharlas. Y es fácil pensar que el declive del gran formato espectáculo, que concentrara sus mejores esfuerzos en el western, el cine bélico y el histórico, trajo el de la obertura como símbolo de cómo lo que se iba a presenciar merecía un preámbulo a la altura, como un tren que diera varias vueltas, cada vez más despacio, en torno a allí donde después parara, y permitiera mirarlo más atentamente.  Pero quizá solo ocurrió que el deslizamiento del cine en los ochenta hacia el mero entretenimiento puro, sin deudas con nada, hizo sencillamente innecesario un prólogo dado que, progresivamente generalizado, la propia película ya lo era: un interminable prólogo que no iba a ningún lado ni tenía que fingir por ello. 

26 noviembre 2013

la vida misma


M. que pinta este cuadro sin el payaso en él, pero con ella misma en el lugar de esa mujer que observa hacia dónde solo está ya el hueco. Y mejor así. 

21 noviembre 2013

en el corazón de las tinieblas


Internet lo ha cambiado todo. La gente no sabe lo que hace aunque lo hagan todo el rato –Mary Ellen Mark, fotógrafa, ayer en El País.


20 noviembre 2013

tierra que pague


Aún puede verse en cines esa historia de la caza simultánea del nazi eichmann y de quien escribiera sobre él que es Hanna Arendt, de Von Trotta, y en la sala de al lado proyectan El médico alemán, de Lucía Puenzo, historia opuesta que narra la mirada precisa, pero desdeñada, sobre la identidad real del nazi mengele y, en consecuencia, la huida de éste, que vivió en libertad hasta su muerte. No hace ni un mes desde que otro nazi –priebke- que viviese, como mengele, plácidamente en Bariloche, muriese sin que lugar alguno aceptara su cadáver, y es una lástima que la tierra que garantizó su acogida en vida –Argentina, Paraguay, Brasil- no purgue, en muerte de éstos, el castigo que una Corte Internacional debiera imponer, no a aquellos asesinos, sino a sus cómplices. Sus cenizas más merecen un vertedero y allí debieran acabar, pero una lápida que recoja la culpa de la tierra que les permitió vivir sin pagar sus crímenes contaría en cada cementerio de esos países algo más duradero, menos invisible, que una película cada cinco años. 

19 noviembre 2013

a tus zapatos


Una zapatería inserta en una calle estrecha de Toledo, demasiado pequeña para ocultar la escalera que asciende hacia el piso de arriba. Porque es justo eso lo que hay encima: un piso pequeño. En él vive alguien que para entrar y salir de su casa ha de pasar forzosamente por la zapatería, asi que si uno se quedara el tiempo suficiente delante del escaparate, quizá acabaría viendo cómo esa persona se llega hasta la puerta de la zapatería iluminada, abre, entra flanqueado por zapatos de mujer y sube la escalera hacia su cama, como una versión del salón que no pocas casas de hace treinta años guardaban como si fuera una vitrina, a la que uno se asomaba sin quedarse. Como esos zapatos tan bonitos que uno jamás se pondrá. 

12 noviembre 2013

el que no vote


Coinciden en la mesa el número 120 de la revista de Amnistía Internacional y La Vanguardia de hace dos domingos. La primera imprime noticia de sendas sentencias de la Corte Suprema estadounidense: una que anula un artículo de la Ley de defensa del matrimonio de 1996 que obligaba al gobierno federal a negar prestaciones y el reconocimiento y protección de los hijos a las parejas del mismo sexo, y otra que invalida la consulta popular que en 2008 prohibió constitucionalmente el matrimonio entre personas del mismo sexo en California. El periódico exhuma la candidatura probable de rick perry, presidente de Texas –llamarle gobernador sería menospreciarle en ese estado- que muy probablemente concurrirá de nuevo a las primarias de su partido, llegado el día. Históricamente ligados a la posibilidad de secesión si les parece, y empleada ésta como arma ideológica a medida de la política liberada de escrúpulos, la secesión de un estado dentro de un país parece en Texas realmente más un destino que una posibilidad, independizada la estupidez pura que orgullosamente parece representar perry de los requisitos que debiera exigírsele a alguien que ostenta semejantes responsabilidades ejecutivas. Y que permite afirmar, en la misma línea que oferta impuestos más bajos que en otros estados, la desregulación laboral y ambiental que parece necesitar el país una vez que el socialismo intervencionista de Obama devuelva el país a sus ciudadanos. Esto, que suena –porque lo es- a idiotez enésima del peor populismo que escoge ignorar que justo la desregulación financiera se ha llevado por delante millones de empleos en esta crisis, es lo que, desde hace siete años –seis de gobierno de Obama y uno más de campaña previa- pregonan los gobernadores del partido republicano allí donde les dejan, y a estas alturas, lo que millones de desdichados votantes tienen por verdad obvia. “Texas y Misisipi lidera la nación en porcentaje de trabajadores que ingresan un salario por hora igual o por debajo del salario mínimo” –cita Marc Bassets en La vanguardia 3.11. También la traducción de perry de este concepto –“para que América sea más fuerte, los estados deben ser libres para innovar, aportar nuevas ideas sobre políticas fiscales y sobre la regulación”. Ni siquiera imaginar a la Corte Suprema tardando menos de esos 5 o 17 años en anular las tropelías que miserables como perry insertan en la sociedad es un consuelo. Qué más intervencionista que un juez que ni siquiera vive en este estado. 

11 noviembre 2013

en la marmita equivocada


Un día, hace ya años, las centrales de medios empezaron a presentarse a concursos de creatividad en los que competían con agencias. Éstas llevaban décadas gestionando los medios por su cuenta –si querían- asi que las centrales no hicieron sino presentarse allí donde las agencias las habían invitado. El sintagma aprendido durante la crisis actual –demasiado grande para caer- no es sino la consecuencia última de la pulsión empresarial por concentrar en un solo eslabón todo lo que antes estaba repartido a lo largo de la cadena que forma cada proceso desde la creación del producto o servicio hasta su uso final. El ejemplo publicitario es irrelevante hasta que se considera lo que pudiera haber aportado a sectores más valiosos: una de las cosas que se perdieron en el proceso de redescubrimiento del marketing –esto es, al sembrar los departamentos de marketing de perfectos mediocres que no necesitaban haber estudiado marketing- fue la selección del público objetivo, o mejor, su cambio frecuente por todo el público posible como objetivo. La obligación de hacer anuncios para todo el mundo sustituyó las referencias concretas del público al que antes se dirigía para manejar referencias necesariamente más vagas, y ser comprensible para todo el mundo logró lo que todo test acaba mostrando: que entre pensar o no pensar, el público acaba considerando más cómodo no pensar.
Una de sus lecciones acaba de ser retomada a todo lujo por El País, en forma de revista de moda y tendencias masculinas, cuyo formato clásico –fotografía cuidada y textos breves- está ya en esa cualidad fotográfica de las razones que esgrime su director, Javier Moreno, en la presentación –“no teníamos una revista así, nos vemos con fuerzas para emprender algo así”. Eso: poco texto y pueril. Como en su revista gemela femenina que se entrega los sábados, un medio que se gana la vida pidiendo a sus lectores leer textos largos, de apretada letra y temática variada tratada por especialistas, decide recompensarles con álbumes de fotos lujosamente impresos y donde la banalidad reluce en una de cada tres páginas. ¿Para quién es en realidad esa revista? ¿para quién escoge leer cada día El País y no una de las variadas revista de tendencias que quitan lectores a los diarios como los libros de autoayuda o el best seller se lo quitan a la lectura adecuada? ¿cuáles son las explicaciones que el director del periódico hurta al “no está seguro de necesitarlas”?. Yo las agradecería. Porque el periódico que compro cada día desde hace dos décadas publica ya dos revistas semanales –tres, con la guía del ocio- que tiro a la basura sin abrirlas, mientras trato de no preguntarme cuánto ganarían las secciones de ciencia, de cultura, de pensamiento, de internacional si se invirtiera en ellas la cuarta pared de tan generoso esfuerzo editorial volcado semanalmente en ponderar adecuadamente “la textura de un tejido, la calidad de la piel de un zapato, el tacto de una bolsa de viaje fabricada de forma artesanal, el corte de una chaqueta”. De todas las formas posibles de rentabilizar hoy un periódico impreso, convertirlo en semanal sea quizá una de las más factibles. Y acaso para cuando eso llegue, el público natural de El País sea ya el que Internet está creando –uno que lee más fotos y menos texto. Acelerar el proceso suena, si no suicida, sí patético. 

09 noviembre 2013

bajar a oler las mismas flores


No se ha cumplido un mes desde que Capitalismo, el circo teatral de Andrés Lima, se bajara del Price, y La veritá, el circo teatralizado de Danielle Finzi Pasca, cierra estos días el esplendoroso festival de teatro internacional que viene de ofertar el Centro Dramático Nacional. Especializado el mundo en ofertar a cualquiera justo aquello que no debería hacer, aquello que no extrae de uno lo mejor que podría dar, reluce el teatro donde debiera el circo, y éste donde debiera el teatro. Esa rareza: como si, por un momento, la calidad de la propuesta no necesitara un único lugar donde existir.  

vivir en 1998


Camino de una semana ya sin teléfono móvil, aspiración a lo que Max Aub dejara dicho de Buñuel: “es un hombre más complicado de lo que creen los que le tienen por complicado, y más sencillo de los que creen que es una persona sencilla. Le molesta la gente, por eso se ha vuelto sordo. Decidió un buen día que ya estaba bien de tantas molestias, que lo mejor era enconcharse y no oír. Así se libro también del teléfono. Ya les dije que era un hombre inteligente”.

07 noviembre 2013

03 noviembre 2013

es. Punto


Se lee En los dominios de Amazon, relato de un infiltrado, de Jean-Baptiste Malet, simultáneamente como el de una compañía que prohíbe específica, exhaustivamente descrita, toda información sobre cualquier aspecto del trabajo en sus almacenes, y como el del público de esa compañía, sus clientes, que se prohibieran a sí mismos la más mínima pregunta sobre qué signifique el poder mundial dado a semejante distribuidor. También por eso el relato del infiltrado Malet es apenas el de un exhausto más, cuyo penar por un sistema perfectamente legal, y del que no puede decirse que engañe a quienes entran en él, apenas roza la descripción que le prometen los sindicados sin que al final sus contratos respectivos les autoricen a hacerlo.
Cuando, al final del libro, describe cómo, en mitad de la noche, sus compañeros y jefes se reúnen fugazmente para compartir un café, la frase “recuerdan su vida familiar” ya apenas choca respecto al más natural “describen su vida familiar” que uno esperaría. No se atraviesa sus apenas 100 páginas sin entender que en los almacenes de Amazon, como en tantos trabajos, incluso un contrato indefinido suena a un trabajo infinito, refugiada la explotación en bendiciones gubernamentales vía subvención al empleo, por precario que éste sea, o en esa otra letra pequeña que es la lista, no menos infinita, de quienes esperan para hacer lo mismo que tú si renunciaras a hacerlo. 
Agotados, embotados hasta que la disposición para resistir el trabajo pasa de ser la principal prioridad a la única, encadenar noches seleccionando o empaquetando lo que un cliente recibirá en su domicilio apenas unas horas después es menos una derrota de las clases menos favorecidas que el eslabón penúltimo de una elección social donde, a fuer de participar todos de ella en algún momento del día, consintiéramos la explotación perfectamente legalizada de quienes son ya tan inseparables del sistema que saberles tratados como un paquete más no escandaliza, como tampoco saber que el almacén en cuestión exista, reluzca, en Francia. Qué no hará Amazon en Tailandia o Nigeria.
Malet describe, y para esto no hace falta infiltrarse en lado alguno, cómo Amazon pondera especialmente venir de las Fuerzas Armadas, su disciplina un valor tan obvio en un lado del proceso como sea, en otro, haber trabajado en un Mac Donalds. Constata Malet cómo “Amazon es un formidable instrumento de difusión de textos hostiles a la democracia, a la libertad de expresión en sí misma”, describe cómo los veinte minutos de descanso de que disfrutan, dos veces al día en cada turno, son en realidad unos cinco, descontado el tiempo que supone ir y volver al lugar donde se trabaja, cómo la empresa se niega a instalar las máquinas de fichar a la entrada de la fábrica para, así, ahorrarse el tiempo que lleva al trabajador llegarse hasta aquella y volver cada día, dado que los tiempos de recorrido se descuentan del tiempo libre del trabajador antes y después de fichar, y que Amazon no paga ese recorrido, deja de pagar 200 horas diarias.
No menos gráfica es la relación entre la explotación de las fuerzas físicas, entre el sueño y la natural renuncia a nada que no sea la hibernación del juicio crítico –“la fatiga física impacta sobre el humor, la sensibilidad y las emociones. Aumenta considerablemente la tentación de los comportamientos regresivos. Cuando vuestra vida se reduce a trabajar largas noches, dormir, alimentarse, lavarse, conducir vuestro coche y pagar vuestras facturas, los momentos de relax parece como si fueran los últimos aspectos agradables de vuestra condición”. Quizá sin tanto agotamiento a sus espaldas, Malet hubiera apreciado el contraste entre un trabajo que, para abastecer de ocio a sus clientes, requiere forzosamente negar cualquier energía disponible para tener algo parecido al ocio en sus vidas.
Mientras la Unión Europea debate –es decir, deja de escuchar momentáneamente a los lobbies empresariales que financian a los partidos en todo el mundo- si seguir asistiendo tranquilamente a la impunidad con que las multinacionales ignoran sus obligaciones tributarias, refugiados en países-almacén de la evasión fiscal -solo la Hacienda francesa reclamó en 2012 198 millones de euros de impuestos atrasados, intereses y multas relacionadas con la declaración en el extranjero de su cifra de negocio realizada en ese país-, El País de hoy domingo incluye, retractilado en sus páginas centrales, no por nada las de economía, el folleto de otro de esos grandes centros de distribución de electrónica de consumo, en cuya portada aparecen varios empleados del mismo, o quizá directivos, dado que visten corbata, enseñando las pantorrillas, mientras su titular no lo oculta un ápice –Nos bajamos los pantalones. De qué sino de pantalones ajenos están hechos los envases de todo lo que consumimos. 

día de los vivos murientes


Según subes por la calle Alcalá desde Ventas, a la altura de Manuel Becerra, el primer semáforo, que da comienzo al tramo que desemboca en la bifurcación con Goya, permite ver venir a los vehículos ya desde lejos. Es ese el que elije una mujer rubia de unos 50 años para cruzarlo caminando tranquilamente, a pesar de que el semáforo advierte de que esa es una forma probable de morir a esa hora del día. En el desafío, va acompañada de otra mujer que sí se detiene en mitad de la calle cuando empiezo a hacer sonar el claxon de la moto. La mujer rubia no altera un ápice su paso, como si lo que le viniese encima no fuera una moto sino un viento. El logro, lo que puede salvarnos a ambos, es que la mente acepte cuanto antes lo imposible –que no va a levantar siquiera la vista hacia mí, que no lo hará aunque su vida dependa de ello. Al no poder frenar del todo a tiempo, la esquivo por poco en el hueco abierto entre ambas. La ira dura lo que una pregunta mejor en asomar: cuántos atropellos soportará la desdichada para que uno más no parezca importar. Peor aún: hasta qué punto estará acostumbrada a que, en el trabajo o en su casa, quien se la lleva por delante ni siquiera repare en ella. 

01 noviembre 2013