21 enero 2010

Contraté a un espejo a sueldo

En apenas dos días -12 y 13.1- publica El País el intento enésimo de Berlusconi –acusado ya de soborno a un abogado (ya condenado) para testificar a su favor y de fraude fiscal en la compraventa de derechos de televisión- por obtener del parlamento una ley que recorta la duración de los procesos –que seis años después de ocurrir libraría al acusado de todo cargo, de no haberse llegado a un dictamen- y, anexa, la propuesta de reimplantar la inmunidad parlamentaria, abolida a principios de los noventa.

Justo debajo –sí, se puede- se trata la reciente resolución judicial que desestima los cargos de enriquecimiento ilícito presentados en Argentina contra el matrimonio Kirchner y que alienta así la sospecha –compartida por muchos, escribe Andrés Oppenheimer- de que los cargos de corrupción fueron impulsados por los propios Kirchner para aprovechar su influencia política mientras están en el poder para ser sobreseídos, y lograr que las denuncias pasen a ser cosa juzgada.

No muy lejos, el veredicto de la Comisión Internacional contra la impunidad en Guatemala concluye que el abogado Rodrigo Rosemberg ordenó, emboscado, su propio asesinato, en holocausto para, imputando falsamente por ello al presidente Guatemalteco –Alvaro Colom-, hacer pagar en causa falsa un crimen anterior –el asesinato de allegados suyos que creía obedecía a órdenes, éstas sí, de Colom.

Un continente a la derecha, una Comisión de expertos independientes anuncia que el asesinato en 1994 del presidente ruandés –Juvenal Habyarimana- fue llevada a cabo por sus propios hombres, militares hutus como él, descontentos con el proceso de paz que aquel llevaba a cabo con la guerrilla tutsi, que hubiera supuesto la constitución de un Gobierno de unidad nacional y la incorporación del Tutsi Frente Patriótico de Ruanda (RPF) al ejército. En apenas 100 días morirían asesinados unos 800.000 tutsis y hutus moderados.

Si esto es una película

En la estela del Holandés errante, estos días en el Teatro Real, regresa del mar del tiempo detenido Claude Lanzmann. Como aquel, siete? años después de la última vez, en el Instituto Francés. 7 años más lejano todo, más indiferente a la reescritura de lo humano que cuentan sus documentales –todos sobre el holocausto judío a manos del nazismo. Contra la anestesia, autopsia. Contra el sueño inducido de lo irrelevante y lo fugaz, tres, cinco, nueve horas de narración de lo imposible, de lo inimaginable. La historia del cine comienza con la primera proyección pública de los Lumiere el 28 de diciembre de 1895. Lo que albergaba ese útero era la salida de obreros, una fábrica, la demolición de un muro, la llegada de un tren. A la manera en que la alemania nazi reinventó lo humano en el molde exacto en que Caín –el nombre importa poco- le diera forma, la fábrica, los muros, los trenes están en la obra de Lanzmann con las facciones exactas en que los hijos recrean a los padres. El fracaso precede al logro, y si no es para esto que nuestra mente se adueñó del mundo, al menos es para esto que los Lumiere lograron el cine.
CBA. 21.1-2.2

13 enero 2010

Tiembla

Se lee a estas horas en elpais.com a Iban Campo que “las consecuencias del terremoto han sido tales que han convertido a Haití en "un país que hay que hacer entero". "Hará falta comida, agua, medicamentos, casas de campaña... Lo básico para atender en primera instancia a las personas afectadas. Luego harán falta muchas dosis de paciencia, de espíritu de superación, de ética de empresarios y autoridades y confianza en que la desigualdad social será cosa del pasado y se superará la pobreza en la que llevan sus ciudadanos más de un siglo". Sabemos así que lo que obtendrá Haiti del mundo, una vez que las tiendas de campaña, los alimentos y medicinas enviadas de urgencia hayan de ser sustituidas por la “ética de empresarios y autoridades”, es justo lo que ya tenían, la espera de algo que sólo puede ser peor, trágicamente peor.

11 enero 2010

Horas de sueño

/Mi noche con Maud

En Rohmer está lo que deberías hacer y luego lo que haces, y frecuentemente mientras optas por una u otra opción no dejas de pensar, y hablar, de la segunda. Y aunque no haya forma de saberlo en ese momento, lo cuenta ya ese principio de la película en que Jean-Louis/Jean-Louis Trintignant y Francoise/Marie-Christine Barrault se encuentran en una iglesia, durante la misa, y allí sus miradas se buscan con una gravedad que las presuponiera delictivas.

Concebido como el tercero de sus cuentos morales, pero rodado en cuarto lugar, Mi noche con Maud mantiene las constantes vitales de los tres episodios previos, y termina de confirmar una sospechada ya: que el protagonista cuya voz es, al tiempo, la del narrador, se miente a sí mismo tanto como a los demás.

Hay algo de esa mentira también en la forma en que Jean-Louis –católico circunspecto, grave, algo misántropo- sale de misa y persigue en coche a Francoise por las calles estrechas de la ciudad de Clermont, maravillosamente fotografiada por Néstor Almendros.

Esa obsesión, hija directa de una claridad emocional que nadie tiene aquí, va a ir modificando al personaje hasta hacer de él una conciencia igual de sinuosa que las calles que persigue, acelerado, al principio.

Rohmer escribe a sus personajes como salidos de uno de esos libros que tanto aparecen –en las estanterías de una librería o como trasunto de la conversación- y quizá es para poder desleerles, desescribirles en el momento de mostrarles como seres tan distintos de lo que dicen ser.

Y aunque la película es, enteramente, propiedad de la enigmática Maud/Francoise Fabian, hay un personaje –Vidal/Antoine Vitez- que sirve de nexo al pragmático Jean-Louis en el camino que va de su vida alejada, milimétricamente controlada, de la catársis que será su noche con Maud.

La moral que ordena privarse de cosas, la que responde “relativiza todo”. Vidal es, así, tanto lo que Jean-Louis es como lo que será, pues, como él, ama a Maud pero la comparte, y cuantos más principios filosóficos guarda dentro, más posibilidaes de traicionarlos se le abrirán.

En ese juego en que se apuesta ya antes de sentarse a la mesa –a la cama, literalmente- Rohmer no perdona incluso a la purísima, angelical Francoise, cuya virtud impepinable –amar a una sola persona, o comprometerse con una sola- lleva encima la mancha, en su recién relación con un hombre casado, de haber querido fuera lo que dentro no.

El prodigio aquí es que Jean-Louis –que se dice enamorado de Maud y de Francoise, y nunca, aunque sólo un plano separe besarlas a ambas, parece falso en una de las dos- no va a dejar de ser ese tipo grave, extrañamente moral pese a todo, que pide agua mineral en un bar y dice no hallar razones para hablar con alguien sólo porque trabaja a su lado ocho horas diarias.

Cierto que esa raigambre ética fracasa en la práctica lo mismo que se agota en las conversaciones sobre el cristianismo talibán de Pascal y las disertaciones abstrusas sobre posibilidad matemática.

Discursivo, a veces con la apariencia de un tratado de la renuncia que no termina de serlo de lo bien que está engarzada en un orden interior, en un orden sabido de lo que uno es y no es, el logro de esta noche es esa cama que Maud tiene en el salón, para poder tenerlo todo: el sueño y a quien sueña.

Es esa rara plenitud, justicia acaso, la que permea este camino que va de lo que no tomas porque no debes a lo que tanto no debes que acaso no quieres. Pero es igual de borroso tomar que renunciar, no hay tratado de la fidelidad que tenga las páginas contadas, y nadie tiene aquí sus días seguros.

Ni siquiera Maud, la más libre, la más vitalmente aferrada a perseguir lo que quiere en cada momento, pues Rohmer la condena a vagar sin obtenerlo, y que en la escena final tanto podría parecerse a esa seguridad que reserva, como recompensando, a Jean-Louis y Francoise.

Jean-Louis es el narrador y para él, creer es el eje de todo. La noche que pasa con Maud –maravillosa, elegantesima muestra de lo que se puede conseguir y perder en un segundo- es acaso la escena de amor más breve jamás filmada.

mira, muñeca

Con la nieve cae un silencio sobre las cosas que, como otro manto no menos blanco, las iguala. Uno se halla en la calle a primera hora y lo que escucha, siendo lunes, es el sonido de un día de agosto –hecho de horas solas, sin usar-, uno de esos días en que nadie parece venir a hacerse cargo de darle al día la conversación que en una ciudad las calles piden. Los pájaros hacen oír la suya con la misma sensación de extrañeza con que sentimos son los oídos y no la imaginación los que nos escuchan andar con pasos lentos, calculados, tratando de poner en cada huella el opuesto exacto a la ligereza con que uno camina no pocas veces esta ciudad como si tratara de salir de ella tras cada esquina. También en el uso más frecuentado de las cosas ahogadas en este color la extrañeza asoma, y como sucede en un lienzo por empezar o en una búsqueda mental sin resultado alguno, el mundo en blanco se antoja, sumado a las aceras aún sin pisar a estas horas, algo bajo lo que cabría esperar otra cosa, como una piel que impusiera este silencio para poder, a solas y sin testigos, crear otra ciudad, una que mereciera el blanco casi sagrado del que, en un par de días, habrá terminado de asomar. Nieva copiosamente a principio de año y lo que parece caer del cielo es, un día más, una segunda oportunidad para los ojos que la miran.

03 enero 2010

un pequeño pasillo para el hombre

Al ritual de las uvas sucede, en el pasillo del edificio, el que reúne el afecto de A., M., G., E., C., JM., R., B. después. A todos les conoce uno desde que éramos pequeños y no hay año que no vuelvan a ese pasillo algunos o todos de esos nombres. Pasa un año a veces y sólo ese día coincide uno con quien ahora contempla como si igual diera pasar un año que veinte. Es el rito sus caras o sólo el pasillo que las permite fugazmente. O que uno es, durante ese breve lapso, no el que trató de construirse de adulto, sino esa versión inocultable que acaso sólo ellos saben porque no pasan el año expuestos a esa versión nueva que uno lleva a todas partes. Cuenta E. cómo a los cuarenta afronta un piso compartido en Legazpi, ríe la madre de M. la conservación del ajuar que todos los años retrasamos, R. fue padre hoy, hace unas horas. La vida no respeta huecos entre años para darse, y hace bien. La lista de divorciados crece de año en año, y así la de quienes pasan este día en casa de sus padres. También de ese regreso vive el pasillo y el reencuentro es de esa forma doble –con el que fuiste y el que vienes de no lograr ser. En un día que tantos aprovechan para hacer propósito de días venideros que nos mejoren o nos aporten paz, no es la peor de las opciones vivirla por un rato en el pasado, en lo que eres en compañía de otros para los que el futuro es sólo algo de lo que puedes volver, si lo deseas, a este pasillo.