20 agosto 2008

hoy

qué hacer con los regalos que no das el día que corresponde, qué clase de alas se crean dentro del papel de embalar, en qué se convierte la mariposa, aburrida tras años de espera. también puede verse como esa forma de elegir el regalo que es pensar en lo que a uno le gusta, y asi, cuando, años después de embalarlo, lo abres, el regalo cumple su función: a ti te gusta. uf.

18 agosto 2008

Gran, bonito caballo de madera a las afueras

Breve, parcialmente historia de la primera persona que ves al entrar en la sucursal del banco. Un tipo orondo y sonrosado de permanente simpatía, sonrisa y sorna a flor de piel, que a fuerza de ejemplos leídos, semeja tan impropio del negocio en que trabaja. Uno no debería saber esto, pero es la persona que, en una no lejana comunicación escrita de su sucursal con la oficina central –sita en Alemania-, firmara con un apodo de inequívocas y fanfarronas connotaciones sexuales. Y cuanto más altos los muros, más sonríe Aquiles.

09 agosto 2008

Ascenso y caída en la ciudad

Hace un rato, en la piscina, un hombre se ha agachado y cae lentamente. Lo hace para llamar la atención –susurra una niña. Si tiene razón el socorrista que se le acerca raudo, es un pequeño infarto, del que sale con la misma queja con que exige poder meterse en la piscina, donde poder dar al agua la oportunidad de matarle. Es lo que quiere y lo va diciendo, se le escuche o no. Apenas ve ya y su pasado de alcoholismo vociferante y violento da hoy para el auxilio del socorrista y la conmiseración del resto de la audiencia, para la que aquel alterna rechazo y aproximaciones del que sabe que pocos han de llegarse a él si no median infartos o su simulación. Es, o fue, dueño de una no desdeñable cultura e inteligencia. Su mujer y sus hijos huyeron, expulsados hace mucho. Así cada día, esperamos que baje a la piscina, queriendo morir, a verle fracasar.

07 agosto 2008

Arandania

Vienes de estar donde ahora la neblina
con cascos de agua pace el escudo de Valdáliga.
Desde el marco de la puerta escribes
que los caballos que arriba te encontraras
devoran al espectro que les come.
Y acaso acostumbrados
a que el cencerro delate al que se mueve,
esperan ese gesto de la nube.
Y así pasan la noche envuelta en vela,
como todo aquí cuando dan estas horas
y las cosas comienzan a callarse
o, con dientes de estrellas y de agua,
a comerse las unas a las otras.

05 agosto 2008

maletas medio vacías/llenas

En alguna parte, un padre abre un cuaderno y empieza a escribir una historia en la que la protagonista tiene el nombre, quizá los rasgos, quizá el interior de su hija. Es la misma hija a la que desde pequeña ha inculcado cierta proximidad con los ritos de la muerte, explicada como un acto más del gran teatro, de lo que ves y lo que no, que constituye la vida.
A su manera, en cuadernos menos revisados, la hija fabula otras presencias, otras ausencias, y sin devolver en ello a su padre el papel que ella se deja, lleva en el bolso un pequeño libro de título La maleta de mi padre, en él la historia de cómo el padre del escritor le deja una maleta para que hable por él en muerte lo que escribió en vida.
Tanto le gusta el libro a ella que lo regala a otro. Y quizá el mismo día en que éste termina de leerlo, su madre le llama para decirle ha hallado una maleta del padre que no vio en los dos años transcurridos desde su fallecimiento. Contiene ropa y no textos, pero en ella hay zapatos inéditos, que compró para estrenarlos en un tiempo que no llegó. Y qué es un ataúd sino una maleta.
El contenido de la maleta es regalado, prácticamente íntegro, a eso que antiguamente se nombraba beneficencia y que hoy ella –la hija- quizá llama solidaridad, y que tanto podría englobar dar un libro como una cama.
En sentido inverso a ese trayecto, una anciana a la que uno ya sólo va a ver tan esporádicamente que la solidaridad averguenza sus significados, pregunta aún hoy por el padre muerto. Está bien, como siempre –se le responde.
Con perdón por lo agreste de la comparación, la anciana tiene algo de maleta, pues, inmóvil y casi muda, cual maleta pasa de habitar en casa de un hijo a la de otro.
No muy lejos de esa rama del árbol familiar, cuelga el recuerdo de cierta frase que uno escuchó hace ya mucho, a la muerte de un tío, sobre que el muerto debía haber sido el que miraba vivo el funeral, que tan poco quería vivir, y no el desdichado, que tan poco quiso morir.
El tránsito al paso primero e inverso en todo esto requiere que yo lo escriba ahora, y así, como en el relato del padre a su hija, tan muerto como está lo que se ignora, pasa a vivir lo que se cuenta. Ambos son, acaso, las dos caras de la misma maleta.